Esta ciudad, ubicada en un rincón olvidado del mundo, es llamada «la ciudad que muere». Esto se debe a que fue construida sobre una roca volcánica hace 2.500 años, y la geología es relativamente frágil en esa zona. A lo largo de los años, la erosión del viento, la lluvia y el río Tíber, han ido provocando el derrumbamiento continuo de la masa rocosa, formando así el terreno escarpado que podemos ver hoy en día. En 2006, fue incluido en la «Lista de los 100 sitios arqueológicos en peligro de extinción» por el Fondo Mundial de Monumentos. Los residentes temen que sus hogares se vean amenazados, y por lo tanto se mudan a otra ciudad uno tras otro. Actualmente, más de 100 personas viven allí en verano, mientras que tan solo 14 personas quedan en invierno. Es precisamente este aislamiento natural, producto del terreno empinado, que la salvó de sufrir daños en la Segunda Guerra Mundial, y la preservó de los cambios del desarrollo moderno, manteniendo el estilo y la arquitectura de la época medieval.