Devoción y afinidad

May 11th, 2024 | By | Category: Charlas con el Maestro

-Hoy vamos a comenzar escuchando a Angélica –dijo el Maestro-, que leerá algo que escribí y que Andrés tradujo del chino.

練時要服從

Aprender con devoción

Retomando en parte lo que hablábamos la semana pasada, quisiera volver a la cuestión de por qué mi maestro me encomendó, en un sueño, la tarea de venir aquí. Es algo en lo que siempre pienso, teniendo en cuenta que fui el antepenúltimo discípulo que aceptó. En otras palabras, de los discípulos que practicábamos en la plaza de Taichung, había muchos que tenían más experiencia y más años de práctica con mi maestro que yo. Quizá lo mejor para entender por qué se dieron así las cosas, sea repasar cómo entré yo en la escuela Cheng Ming.

Cuando me enteré de que en la plaza de Taichung el maestro Wang Shu Chin enseñaba pakua, quise ir a aprender con él. Pero, por respeto al maestro, yo no podía simplemente acercarme a él y solicitarle que me aceptara. Eso hubiera sido muy ofensivo y poco respetuoso. Entonces, dado que no tenía a nadie para que me presentara, no me quedó más remedio que esperar a que se diera una oportunidad. Incluso hablé con un muchacho que practicaba ahí, y me dijo que había que esperar a alguien de mayor cercanía con el maestro para que me pudiera presentar. Así que esperé, yendo todos los días, de lunes a domingo, a ver cómo practicaban. Y así fueron pasando los meses, hasta que un día, luego de un año y tres meses de ir diariamente a ver la práctica, observé que el maestro Wang venía con una gran sonrisa. Era un domingo, lo recuerdo muy bien. Y no era común verlo sonreír. Además, no fue solo un momento, sino que todo el tiempo estaba sonriente, de muy buen humor. Entonces me acerqué al muchacho que yo conocía, y le pedí por favor que me presentara en ese momento, ya que el maestro estaba de tan buen ánimo. Él accedió, y al rato le dijo al maestro Wang que tenía un amigo para presentarle, que quería aprender pakua. El maestro dijo «¿Quién es?», y al decirlo giró y me miró. Él ya me conocía de vista porque, como les dije, hacía ya un año y tres meses que iba a ver la práctica completa, desde que empezaba la clase hasta que terminaba. Por lo tanto, me aceptó como discípulo, y en seguida organizó con quién debería aprender, diciendo: «Li, usted se va a encargar de enseñarle, y si un día falta, entonces Lai lo va a reemplazar». Así quedó definido quiénes debían enseñarme. Sin embargo, como yo, a partir de ese momento, siempre llegaba mucho más temprano que ellos a la plaza, por lo menos una hora antes, entonces el maestro Wang me enseñó en forma directa. Yo practicaba todo lo que él me enseñaba, y no dejaba de practicarlo hasta que él decía que estaba bien y me enseñaba otra cosa. En general eran pocas las correcciones que debía hacerme, porque yo sentía mucho respeto por él, y practicaba a conciencia, sabiendo que era muy exigente. Además del respeto, yo había estado mucho tiempo esperando para poder practicar, así que al poder finalmente hacerlo, quise aprovecharlo al máximo. Fue así como avancé muy rápido en la práctica.

Recuerdo que practicaba sin parar, todo el tiempo, lo que mi maestro me enseñaba. Muchas veces ocurría que él me enseñaba algo para practicar, y luego se iba. Más tarde me enteré de que él no se iba realmente, sino que se apostaba en distintos puntos de la plaza, observándome para ver si practicaba y cómo lo hacía. Ahí se dio cuenta de que yo me lo tomaba en serio, porque practicaba sin descanso. Por ejemplo, si me decía que debía hacer cuatrocientos pasos de pakua, yo hacía mil de cada lado. Creo que vio mi devoción, mi respeto, y que mi práctica era seria, y seguramente por eso siempre me hacía avanzar. Yo nunca tuve que pedirle que me enseñe algo nuevo, yo solo practicaba contento lo que él me daba.

Cuando mi maestro falleció, nos juntamos todos los discípulos y estuvimos charlando, recordando cada uno cómo había tenido contacto con la escuela, como había empezado. En general, todos contaban que alguien los había recomendado, solo mi caso era especial, y el de otro compañero. Él ya había practicado muchos años con otro maestro. Al ver que el muchacho era muy bueno, su maestro lo mandó a la casa de mi maestro, pidiéndole que por favor siguiera enseñándole a ese discípulo, para que pudiera avanzar todavía más. Pero a pesar de ser un caso tan especial, mi maestro no lo eligió a él para encomendarle la misión que finalmente me dio a mí. Creo que mi maestro puso esta enorme responsabilidad sobre mis hombros gracias a mi gran respeto y devoción por él.

Como ya les conté, él ya había hecho muchos arreglos y correcciones a las formas, pero el trabajo todavía no estaba terminado. Por eso pienso que me envió aquí, para que pudiera continuar con esa tarea tranquilo, sin perturbaciones. Creo que si yo llego a volver a Taiwán y muestro mi forma, muchos dirán: «¿Cómo puede ser que tenga mejor técnica que la que tenemos en nuestro país?». Pienso que esto lo ideó mi maestro porque hacer este trabajo en Taiwán hubiera sido muy complicado. Por todo esto, yo siempre digo que tuve mucha suerte de haber sido elegido por mi maestro para cumplir esta misión. Y, a la vez, ustedes, mis alumnos y discípulos, deben considerarse también muy afortunados, porque gracias a esta misión, ustedes están aprendiendo las técnicas del maestro Wang Shu Chin aquí, en Argentina, y no solo eso, sino que pueden aprender esas técnicas, pero aún más refinadas y más precisas todavía que lo que puede aprenderse en Taiwán.

En mi práctica diaria, corrigiendo y refinando las formas, tanto las técnicas como la teoría me salían solas, de forma natural. Creo que ese era el deseo de mi maestro. Por eso siempre les digo estas palabras: «tonto de práctica». Esa es la forma de practicar, aceptando y esforzándose. Yo les enseño por mi experiencia, que dio muy buenos resultados, con técnicas muy efectivas. No me quiero guardar nada, sino que les enseño todo. Y es por eso que siempre les insisto con aplicar los detalles pequeños y el tao wei, es decir, llevar a cabo la técnica hasta el final, no cortar el movimiento.

Cuando uno aprende, no hay palabras para discutir: solo hay que aceptar. Hay que someterse a las enseñanzas del maestro, hay que seguir sus indicaciones. Si uno quiere aprender bien, aprender de verdad, debe tener su mente muy abierta para recibir las enseñanzas. Si solo abre la mitad su mente, solo recibirá la mitad de la enseñanza. Por lo tanto, siempre deben tener un corazón sincero y mucha devoción al aprender, para llegar a la esencia. Algunos dicen «el maestro no me quiere enseñar», pero esto no es así. Todo depende del discípulo, de su devoción. Yo tuve mucha devoción con mi maestro, y por eso en relativamente poco tiempo pude aprender todo de él. Si uno cree que es muy inteligente, que ya tiene un nivel alto, la enseñanza ya no puede entrar y entonces no se aprende bien, se produce un estancamiento. Por eso recuerden: al aprender cualquier cosa, la devoción y el respeto es lo más importante. Yo les cuento todo esto, que surge de mi propia experiencia, para que puedan aprender bien. Ese es mi deseo.

Siempre me concentré en mi práctica -retomó  el Maestro- ni siquiera pensaba en grabar ni sacar fotos. Tal es así que un día un muchacho de Italia me pidió mi foto con el Maestro Wang Shu Chin para publicarla en una revista y como no tenía, le tuve que pedir a un compañero que tenía fotos suyas en la ceremonia de Pai Zu en las que yo también aparecía.

Cuando vine a Argentina mi Maestro me transmitió la inspiración que me permitió y me permite modificar los pequeños detalles que hacen posible que el taichi chuan sea más completo. Por eso quiero que ustedes no pierdan el tiempo, que practiquen y avancen bien, y guarden esto para toda la vida.  Es por eso que los quiero corregir bien, y de esa manera cualquier cosa que hagan saldrá bien. Recuerden: “uno para todo”.

La devoción es muy importante como así también la afinidad que dura toda la vida. Luego el espíritu perdura y trasciende el tiempo haciéndose presente aún después de la muerte.


Resumen de la charla del Maestro Chao Piao Sheng durante la clase del 4 de mayo de 2024. Prohibida su reproducción sin autorización del autor.
Desgrabación: Federico Winniczuk.

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