Cultivar la buena afinidad
Nov 26th, 2024 | By Editor | Category: Charlas con el MaestroCharla del 23-11-2024
―En primer lugar, quedamos en que el día 7 de diciembre nos reunimos por fin de año luego de la clase ―dijo el Maestro―. Al terminar de practicar, nos trasladaremos al árbol grande que tiene las mesas debajo. La idea es comer algo sencillo y pasar un rato juntos, charlando.
Ahora Angélica va a leerles un texto.
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巨大的緣份
Un caso de fuerte afinidad
Quisiera contarles un caso de afinidad que resulta, en verdad, sorprendente. En el año 2000 conocimos a una taiwanesa que colaboraba mucho con la Fundación Tzu Chi, pero lo hacía sin que supiera su marido, porque él no creía en Buda ni en ninguna religión. Este hombre, unos cinco años antes, había visto a la vuelta de su casa que una persona vendía cachorros de perros siberianos, que habían nacido hacía muy poco tiempo. Al ver a uno de estos perros, sintió que sí o sí debía comprarlo, por lo que le preguntó al vendedor cuál era el precio. Este le dijo que costaba 500 pesos (en ese entonces, equivalente a 500 dólares); él fue a su casa, buscó el dinero, volvió y compró el cachorro. A partir de ese momento, la familia notó que este hombre tenía una predilección muy notoria por el perro, a tal punto de que trataba muchísimo mejor a la mascota que a su señora o a sus hijos. Inclusive, cuando comían, le daba los mejores bocados al perro, antes que a sus familiares. Había una afinidad extremadamente fuerte entre el hombre y el perro.
Unos cinco años después de haberlos conocido, el perro, que estaba enfermo, se murió. El hombre quedó absolutamente destrozado, no podía parar de llorar y tampoco podía tomar ninguna decisión sobre el perro: solo lo miraba y lloraba. El perro estaba en el living de la casa, y así pasaron tres días. Ante esta situación, su mujer llamó a mi esposa para solicitar ayuda. Mi señora buscó un cementerio donde aceptaban mascotas, y luego trató de convencer al hombre para que accediera a llevar al perro allí. Justo su hija había vuelto de Taiwán, así que mi esposa habló con ella, y juntas pudieron convencerlo. Él llevó dos plantas para poner en la tumba, y además quería elegir un lugar muy particular y especial, que era mucho más caro. Pero yo sabía que tenían la casa en venta porque pensaban volver a Taiwán, ya que este señor tenía en ese entonces 80 años. Por lo tanto, yo le dije que no tenía sentido gastar ese dinero por tan poco tiempo, y que además, cuando él volviera a Taiwán y dejara de pagar la cuota, seguramente sacarían al perro de ahí. Le dije que lo mejor que podía hacer era recitar el mantra para que el perro estuviera bien, que se quedara tranquilo. Pude convencerlo, y entonces lo hizo poner en un pozo común con otros animales. Luego de otro ataque de llanto muy fuerte, lo calmé y le dije que su perro ya sabía todo lo que él lo quería, que lo importante era que, al volver a su casa, recitara el mantra por el alma del perro. Él aceptó mi consejo: más tarde, ya en su casa, comenzó a recitar el mantra. Esa misma noche soñó con su perro: dijo que se le apareció en el sueño y le avisó que estaba en un muy buen lugar. Ante esto, el hombre se volvió muy devoto, y a partir de ese momento recitaba el mantra y los sutras todos los días. La señora quedó completamente sorprendida, porque había visto que muchos le habían dado consejos en ese sentido a su marido, pero él siempre los rechazaba de plano. En cambio, gracias a ese perro, había aceptado mi consejo y había comenzado a creer.
Este es realmente un caso de afinidad muy fuerte. Al principio, este hombre tenía la cabeza tan dura, rechazaba la religión, pero gracias a su perro, cambió de forma milagrosa, cuando nadie lo hubiera esperado. Él tenía una afinidad muy fuerte con el perro, y seguramente esto venía de alguna vida anterior.
Les comento este caso porque nosotros también, al estar juntos en este grupo, tenemos nuestra afinidad. Habrán observado que a veces pasa gente, se acerca a mirar, pero luego de unos instantes, finalmente se va. Pero también hay otros que miran, luego de la clase preguntan, y después se unen al grupo. Esas personas tienen afinidad con nosotros, y por eso nuestro grupo tiene buena afinidad. Debemos mantener bien nuestra afinidad; es más, debemos siempre renovar nuestra afinidad. Así, cada vez estaremos mejor, y nuestra afinidad se irá ampliando con el tiempo, incluyendo a otras personas. Si hay buena afinidad, el contacto entre las personas es bueno; por el contrario, si hay mala afinidad, siempre se producen conflictos y peleas. Alguna vez les comenté de casos en donde alguien se acerca en la calle a otra persona, le da un puñetazo y luego sale corriendo. Conozco dos o tres casos así: se trata de casos de mala afinidad, donde se estaba «pagando» algún maltrato o problema ocurrido en vidas anteriores.
Por todo esto, tratemos siempre de cultivar la buena afinidad que nos une.
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―Yo viajaba una vez en un colectivo ―contó Angélica― y un señor muy mayor me dio un golpe en la cabeza. Yo lo miré, me quedé muda; él me miró, retador, y se fue.
―Si llega a pasar algo así ―dijo otra alumna― ¿uno debe quedarse sin hacer nada, sin reaccionar?
―Lo que hay que hacer es agradecer porque pudimos pagar parte de nuestro karma ―respondió el Maestro―. Muchos piensan estos casos desde un punto de vista social, y creen que si viene una agresión, hay que devolverla. Pero, ¿cuál es la forma correcta de responder, de acuerdo con la Naturaleza? Todo ocurre por la ley natural de causa y consecuencia, las cosas no pasan porque sí. Sin causa, nada sucede. Tienen que entender bien esto, si no, siempre van a quejarse, como tanta gente que día a día dice «¿por qué me pasó esto?, ¿por qué?, ¿por qué?». ¿Quién tiene la respuesta a esto?
Miren, en Taiwán hay un matrimonio de ancianos que llevaban muchos años de casados. Ya tenían más de ochenta años de edad, pero así y todo, él todos los días le pegaba a ella. Los vecinos le decían a la mujer que se separase, pero ella contestaba que en realidad su marido la quería, porque no la había matado, solo le pegaba. Esto sucede por el karma: ella estaba pagando deudas de vidas anteriores.
Les cuento otro caso: el de una mujer que en Taiwán trabajaba en una línea telefónica de ayuda, para casos de intento de suicidio, depresión, etc. Después de un tiempo, se mudó a Estados Unidos junto con su familia. En ese país, todos los días sentía un dolor muy fuerte en los pies, y en general en todo el cuerpo. Fue al médico, le dieron inyecciones, remedios, se hizo acupuntura, pero nada le aliviaba el dolor. La única forma que encontró fue la siguiente: le pidió a su marido que le pegue suavemente. Al hacerlo, notaba cierto alivio. Entonces, le pidió que le pegue un poco más fuerte, y así el alivio era más duradero. Finalmente, le pidió que todos los días le pegara, incluso con maderas, para calmar su dolor. En una oportunidad, por asuntos laborales, el marido tuvo que ausentarse de la casa por dos o tres días. El dolor apareció nuevamente, y entonces la mujer le pidió a su hijo que le pegara. Así, también, logró calmar sus dolores. Luego de cinco años, a un monje de muy alto nivel, que estaba meditando en Hong Kong, se le apareció la imagen de esta mujer que residía ahora en Estados Unidos. Entonces le pidió a uno de sus discípulos que viajara allí para ayudarla. El monje que viajó llevó unos escritos budistas, y al llegar a California, buscó un templo para meditar. Estaba preocupado, porque su maestro le había encargado esa tarea, pero no sabía el nombre de la mujer ni su dirección y, por lo tanto, era muy difícil ubicarla. Meditaba cada día, desde las tres de la mañana hasta las siete. En esa zona hay tres templos budistas, y la mujer, con su hijo, últimamente había visitado los otros dos. Entonces, un día, le dijo a su hijo que iban a ir al tercero, para conocerlo. Ahí se encontraron con este monje que había venido de Hong Kong, y la mujer le preguntó por qué había hecho ese viaje. El monje le contó la visión que había tenido su maestro, de una mujer que necesitaba que cada día le dieran golpes para aliviar su dolor. Entonces la mujer dijo «¡Esa soy yo!». Al oírlo, el monje pidió un balde con agua, luego extrajo el papel escrito que le había dado su maestro, lo prendió fuego y luego lo dejó caer dentro del agua. Ahí vieron que el texto había cambiado, y lo que contaba es que esa mujer, unos mil años atrás, había sido un juez corrupto, que había sentenciado a dos personas inocentes a castigos corporales. Ahora, en esta vida, esas personas eran su marido y su hijo, y por eso debía pagar el mal que había hecho antes.
Por eso, piensen siempre en esto: causa y consecuencia. Esa ley natural es muy correcta y nunca se equivoca. Como les conté en el texto que leyó Angélica, nosotros en nuestro grupo tenemos afinidad: hay gente que pasa por la plaza, mira un poco, pero luego se va, y hay otros que se quedan. Nosotros tenemos esta afinidad, y debemos ampliarla para llevar una mejor vida. Fíjense en el ejemplo de hoy, este hombre tan cabezadura, que finalmente, gracias a la buena afinidad que tenía con su perro, pudo finalmente acercarse a la religión y mejorar su vida.
¿Alguien tiene alguna pregunta o comentario?
―Quisiera preguntarle ―dijo Sofía― ¿cuándo vamos a terminar de limpiar nuestro karma? ¿Cuándo ya no nos reencarnemos más en la Tierra?
―Para limpiar el karma ―respondió el Maestro― lo primero que debemos hacer es, en esta vida, generar una buena afinidad con toda la gente. Luego, si en esta vida no hay problemas, hay que limpiar los problemas de vidas anteriores. Actualmente hay más contacto entre las personas, y eso puede ayudar a limpiar más el karma. Piensen: en las vidas anteriores, la población del mundo era mucho menor, y la gente vivía más alejada entre sí. Ahora, la población ha crecido exponencialmente. Lo mismo ocurre con el contacto entre las personas: sea bueno o sea malo, es mucho mayor. Por eso, aprovechen nuestra afinidad para limpiar nuestro karma. Además, si en esta vida escuchan y entienden, el futuro será mejor.
―Quisiera comentar algo muy corto ―dijo Darío― con relación a esta gran afinidad entre ese hombre y su perro. Hace unos días estábamos con Camila y con Carolina en Palermo, y se nos acercó un muchacho que vendía galletitas con una canasta. Nos contó que había sido un barrabrava, que se drogaba y que había robado muchos camiones de caudales. Luego tuvo un hijo, que, al crecer, siempre rezaba por su padre, para que cambiara de vida. Este hijo un día salió con su moto, tuvo un accidente, y falleció. Entonces, luego de eso, su padre cambió: comenzó a ir a la Iglesia, a rezar, y dejó de robar, aunque todavía seguía drogándose. Con el tiempo pudo incluso dejar la droga y el alcohol. A veces uno es muy cabezadura, pero viene algún aviso, a través de un perro o un hijo, como en estos casos, y ayudan a la persona a cambiar completamente de vida. Este hombre, no solo dejó atrás su mala vida, sino que ahora incluso es pastor en su iglesia.
―Muy buen ejemplo ―dijo el Maestro―. Es importante que miremos a nuestro alrededor, donde siempre hay muchos casos que pueden darnos una gran enseñanza. Yo siempre les cuento estos ejemplos para llamarles la atención y para que puedan compararlos con su propia vida. Por todo esto es que yo siempre les digo que nuestra práctica no es meramente aprender a hacer los movimientos del tai chi chuan, sino también sanar nuestro cuerpo y nuestra alma, para mejorar nuestra vida.
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Resumen de la charla del Maestro Chao Piao Sheng durante la clase del 23 de noviembre de 2024. Prohibida su reproducción sin autorización del autor.
Desgrabación: Andrés Coratella