Encontrar tu misión
Nov 9th, 2024 | By Editor | Category: Charlas con el Maestro-De tanto practicar en la plaza y bajo el árbol, ustedes notarán que uno desarrolla sentimientos por el lugar de práctica -dijo el Maestro-. Por eso hay veces que cuando estoy paseando igual visito nuestro árbol, porque quiero venir a saludar a nuestro espacio de práctica.
Hoy leeremos un texto que escribí y que Andrés tradujo del chino.
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神醫黃石屏
La historia de Huang Shih-p’ing
Hace unos días vi un documental sobre una historia relacionada con el monasterio de Shaolin. En aquél momento se produjeron muchos saqueos en el monasterio, y entonces un monje, llamado Yüen-chüe, fue a ver al jefe del distrito para contarle lo que estaba ocurriendo y solicitar ayuda. Al enterarse del problema, el jefe del distrito, cuyo nombre era Huang Liang-k’ai, envió inmediatamente a un grupo de militares para defender al monasterio, logrando así liberarlo del asedio de los saqueadores. El monje Yüen-chüe quedó muy agradecido, y se dijo que algún día podría retribuirle a Huang Liang-k’ai la ayuda que le había prestado al monasterio.
Luego de un largo tiempo, el jefe del distrito tuvo un ACV, y ya no pudo continuar con su labor. Por lo tanto, volvió a su casa, que se encontraba en otra provincia, para recuperarse. Al enterarse de esto, el monje Yüen-chüe emprendió un viaje para visitarlo. Al llegar, le preguntó a Huang Liang-k’ai si se acordaba de él. Éste no dio muestras de reconocerlo, entonces el monje dijo: «Claro, hay tantos monjes, seguro no me recuerda. Pero usted era el jefe del distrito donde se encuentra mi monasterio, Shaolin, y usted me ayudó una vez cuando hubo grandes saqueos. Nunca pude olvidar su ayuda, y siempre pensé que alguna vez se presentaría la oportunidad de retribuirle todo lo que hizo por nosotros. Es por eso que he venido aquí, porque me he enterado de que usted está sufriendo una enfermedad. Por favor, cuénteme qué le ha ocurrido». Entonces, Huang Liang-k’ai le contó que había tenido un ACV, y que ningún médico había podido curarlo de su enfermedad, a pesar de haberse sometido a muchos tratamientos.
Entonces, el monje Yüen-chüe comenzó a tratarlo. Al rato de iniciado el tratamiento, Huang Liang-k’ai ya sentía que la energía circulaba por su cuerpo. Como el monje se quedó con él en su casa, podía tratarlo dos o tres veces por día, con agujas, para que se recuperara más rápido. Al quinto día, Huang Liang-k’ai ya podía caminar nuevamente, pero todavía no estaba curado por completo. El monje lo siguió tratando durante tres o cuatro días más, y el paciente quedó completamente curado. Huang Liang-k’ai, muy sorprendido, le dijo:
― Tu técnica es verdaderamente excelente, porque me han tratado muchos médicos anteriormente, sin ningún resultado. Y tú, en tan solo unos días, has podido curarme. Espero que tengas algún discípulo al que le estés enseñando, para poder perpetuar tu técnica.
―No, no tengo ningún discípulo ―contestó el monje―. Hasta ahora no he encontrado a nadie que pueda recibir mis enseñanzas.
―Sería una verdadera lástima que una técnica tan extraordinaria como la tuya se perdiera ―replicó Huang Liang-k’ai―. Yo tengo tres hijos, quizá puedas enseñarle a alguno de ellos.
―¿Tres hijos? ―respondió, sorprendido, el monje―. Me habían dicho que tenías cuatro.
―Sí, es verdad, tengo cuatro en realidad ―dijo Huang Liang-k’ai―. Pero el cuarto no es normal, es algo tonto, siempre se queda con la mente en blanco, mirando al vacío, así que no puedo enviártelo para aprender. Por eso te dije que tenía solo tres.
Después de esta charla, el monje evaluó a los tres hijos que Huang Liang-k’ai le envió, pero ninguno le convenció. Entonces, le pidió que le enviara al cuarto hijo, el que, supuestamente, era algo tonto. Cuando vino y vio al monje, el chico cambió por completo, su espíritu se transformó, sus ojos comenzaron a brillar con fuerza. Enseguida se arrodilló, saludando con mucho respeto a Yüen-chüe, y se puso a escuchar, con mucha devoción, las palabras que le dirigía el monje. Este, muy contento, dijo que había encontrado finalmente al discípulo que estaba esperando. Enseguida hizo la ceremonia de paizu, y lo tomó como discípulo. El chico se llamaba Huang Shih-p’ing.
Así, el chico viajó con el monje hasta el monasterio de Shaolin. Yüen-chüe le dijo a su discípulo que, antes de aprender medicina china, era absolutamente necesario que aprendiera artes marciales. Luego de practicar durante tres años las artes marciales de Shaolin, el monje vio que Huang Shih-p’ing había llegado a tener un muy buen nivel, y entonces comenzó a enseñarle acupuntura. En un primer momento le enseñó a buscar los puntos, hasta que logró ubicarlos de manera muy exacta. A continuación, le explicó los meridianos, y luego, todas las técnicas y conocimientos que tenía. Después de tres años de intenso estudio y práctica, Huang Shih-p’ing empezó a tratar a sus primeros pacientes, de forma muy exitosa. Al poco tiempo, se fue haciendo famoso, primero en la región, y luego en toda China.
En 1911, terminó la dinastía Ch’ing y comenzó la República China. Para ese entonces, Huang Shih-p’ing ya hacía tres años que trataba pacientes, pues había comenzado en 1908. Uno de los primeros mandatarios de la República China, Yüen Shih-k’ai, un día se enfermó, y llamó a Huang para que lo tratara. Este lo curó enseguida, y entonces el presidente le propuso ser funcionario, pero Huang Shih-p’ing se negó. Siguió tratando a mucha gente, cada vez más. Por eso lo llamaron shen-i, que puede traducirse como doctor milagroso, de gran nivel.
Fíjense entonces lo que ocurre en este caso. Huang Shih-p’ing, desde chico, no era muy sociable, no le gustaba hablar mucho con la gente, se quedaba por momentos como en trance, con la mente en blanco. Además, era muy sencillo: cuando jugaba con otros chicos y alguno le pegaba, lloraba un rato nomás y luego olvidaba todo el asunto, se quedaba completamente tranquilo. Siempre se llevaba bien con todos, y no le guardaba ningún rencor a nadie.
Les quise contar este ejemplo, porque es en cierto modo parecido a mi propio caso. No en cuanto a ser tan conocido, ya que él realmente fue muy famoso, pero sí hay algunos puntos en común entre ambos. Cuando yo era chico, también tenía muchos momentos donde mi mente quedaba en blanco; momentos en donde yo no me movía, sino que miraba al vacío. A raíz de esto, mi tío siempre decía que yo era tonto. En aquel momento a mí también me llamaba la atención, porque me quedaba muchas veces quieto, mientras veía que a otros chicos les gustaba correr y jugar. Ahora, tantos años después, pienso en el motivo por el cual mi maestro me eligió a mí entre mis compañeros de práctica, muchos de los cuales eran muy avanzados. ¿Por qué no envió a ninguno de ellos a que venga acá, y, en cambio, me envió a mí? Además, me mandó siempre su inspiración para poder arreglar y corregir las técnicas y las formas de nuestro estilo. Él ya había hecho una primera pasada en las formas de tai chi chuan, pakua y hsing-i, arreglando muchas cosas, pero el trabajo no estaba terminado, no había podido llegar a todos los detalles. Por eso me envió a mí, para poder completar su obra, y me inspiró mucho para lograrlo. Yo siempre me siento muy agradecido y siento que tuve suerte por haber sido elegido por mi maestro. Si yo me hubiera quedado allá en Taiwán y hubiera hecho todo este trabajo de pulido en las técnicas, seguramente hubiera llamado la atención de mis compañeros, y quizá algunos no lo hubiesen aceptado tan fácilmente. Relacionado con esto, hay una cosa que a mí siempre me llamó la atención: cada vez que volví a Taiwán y fui a visitar a mis condiscípulos, nadie jamás me preguntó cómo practicaba en Argentina, cómo era mi práctica, ni me pidieron que les muestre cómo hacía la forma o las diferentes técnicas. Yo, por mi parte, noté en cada viaje lo distinta que es la práctica de ellos: se nota que les faltan los detalles pequeños. Para que tengan una idea, es como en un dibujo: primero se hace un boceto, y cada vez se van poniendo más y más detalles, hasta que al final queda una obra de calidad. En el caso de ellos, es muy notoria la falta de esos detalles. En relación con esto último, algunas personas me han dicho que pensaban que yo había cambiado la forma: esto no es así, yo no cambié la forma. La estructura es exactamente la misma, pero al agregar tantos detalles, se nota muy diferente.
Volviendo al caso de Huang Shih-p’ing, él siempre estaba como en trance, con la mente en blanco, y el padre pensaba que no servía para nada. Sin embargo, el chico estaba esperando otra cosa. A mí me pasó lo mismo, me llamaba la atención quedar con la mente en blanco, no tenía explicación para eso. Tampoco pensaba tantas cosas: mi pensamiento era muy sencillo, es como que estaba esperando algo más.
Pero mi caso no es el único: tuve varios pacientes con comportamientos similares. Una vez tuve un paciente, un chico de 17 años. Su padre lo trajo diciendo que era loco, porque su comportamiento era distinto al de los demás chicos. Vi que al chico le costaba hablar frente a su padre, así que lo llevé adentro, al consultorio, y le pregunté qué sentía él, qué le pasaba. Él me dijo que su padre siempre decía que él era loco o tonto, pero que a él le gustaba ayudar a la gente: lo hacía con la mente, y había curado a varias personas de esa manera, solo utilizando su mente. Su padre ya lo había llevado a psicólogos y psiquiatras para que lo trataran, pero el chico no estaba conforme, porque sabía que no había ningún problema en él. Por suerte alguien le recomendó que lo trajera conmigo. Yo me di cuenta de que el chico tenía una energía especial, lo noté en su vista. Luego de hablar con el chico, hablé con su padre, y le dije que debía buscar a alguien para que siguiera enseñándole a su hijo cómo utilizar las capacidades que tenía, como por ejemplo la posibilidad de curar a otros con su mente. De esa forma, avanzaría más en el plano espiritual, y crecería su misericordia, ayudando más a la gente. Pero, lamentablemente, al padre no le interesaba escuchar todo esto: se fue con su hijo y no volvió más.
Les cuento otro caso más, esta vez de un chico de 10 años, que todo el tiempo se estaba riendo. Tenía problemas en el estudio, y cuando hablaba con la gente, lo hacía de forma muy sencilla. Su caso me llevó varias sesiones hasta lograr entenderlo bien. Este chico no se quedaba mirando al vacío, pero se reía en todo momento. Era difícil para mí entablar una conversación con él. Pero después de tres o cuatro veces, logré que no se riera tanto y que se pudiera concentrar más. Luego de esto, mejoró en el estudio. La abuela, que solía traerlo al consultorio, le dijo al chico que me contara cómo estaban las cosas en el colegio. Él me contó que, a partir del tratamiento, se había podido integrar mucho mejor en los grupos de trabajo de la escuela: realmente se produjo un gran cambio. La abuela me dijo también que los padres estaban muy contentos, porque veían que estaba mejor en la escuela.
Otro caso se dio a través de un alumno coreano, que se dedica a enseñar inglés en la comunidad coreana. Había un chico, de alrededor de 11 años, cuyos padres buscaban profesor de inglés todo el tiempo. Lo cierto es que el chico era muy inquieto, y la búsqueda del profesor de inglés era en realidad una excusa para buscar a alguien que lo cuidara y lo mantuviera ocupado un rato. El padre del chico, cuando se contactó con mi alumno, le contó que su hijo no se podía quedar más de dos semanas, como mucho, con cada profesor. Mi alumno, luego de haberle dado al chico una semana de clase, me contó el caso, porque tenía serias dudas acerca de si iba a poder quedarse más tiempo, o si le iba a pasar lo mismo que a los demás profesores. Yo le dije que le preguntara al chico qué le interesaba. Cuando lo hizo, el chico le dijo que le interesaba la biología. Y, justamente, mi alumno había estudiado biología. Entonces, mitad en coreano, mitad en inglés, siguieron las clases, conversando sobre biología y temas relacionados. De esta forma, el chico se quedó mucho más calmado, escuchando con atención lo que el profesor le contaba y explicaba sobre la biología, y aprendiendo, al mismo tiempo, el idioma inglés. Luego de ocho meses de enseñarle, el padre, muy contento, los premió comprando pasajes para que tanto su hijo como el profesor pudieran viajar a Europa.
Les doy estos ejemplos para que presten atención: a veces hay chicos que actúan así, de una forma rara, y los padres o la gente que los rodea creen que tienen algún problema, pero, lamentablemente, no entienden el verdadero motivo de su comportamiento. En general, el chico mismo no entiende lo que le pasa. Pongan atención a esto: lo que el chico está esperando es que llegue su oportunidad. A partir de ese momento, comienza a avanzar muy rápido, incluso más rápido que los demás. Esta es la razón por la cual ese doctor milagroso del cual hablé al principio, Huang Shih-p’ing, en muy poco tiempo, puesto que solo fueron seis años, aprendió tanto y llegó a un nivel tan alto.
Espero que este ejemplo les sirva, porque de vez en cuando aparecen casos así. Por eso yo le estoy muy agradecido a mi maestro que me envió acá. Y por casualidad vi este video que hablaba sobre este caso, lo cual me inspiró para contarlo y agregar mis experiencias personales.
En resumen: les pido por favor a los padres de chicos con este tipo de comportamiento, que presten mucha atención y busquen ayuda para lograr descubrir qué es lo que le gusta al chico, qué es lo que está buscando, qué le interesa. Una vez descubierto eso, el desarrollo va a ser muy rápido, no va a ser «tonto» para toda la vida. Quiero dejar bien claro esto: ninguno de nosotros nació en este mundo sin un fin, sin una utilidad: todos vinimos acá por algo. Recuerden siempre estas palabras.
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-Por eso en nuestra práctica se aprenden variedad de enseñanzas para la vida –dijo el Maestro-. Estas enseñanzas son para toda la vida. En este mundo nadie “sobra”, nacimos con un fin. Los padres deben ayudar a los hijos a encontrar su camino. Me siento con suerte por recibir la enseñanza de mi Maestro y la quiero compartir. Luego de estar diez años en Argentina recién ahí entendí mi misión.
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Resumen de la charla del Maestro Chao Piao Sheng durante la clase del 2 de noviembre de 2024. Prohibida su reproducción sin autorización del autor.
Desgrabación: Federico Winniczuk