Los detalles pequeños
Abr 20th, 2025 | By Editor | Category: Charlas con el Maestro-¿Ustedes conocen a Juan Ignacio? Creo que los alumnos más antiguos lo conocen ¿Angélica? –preguntó el Maestro.
-Lo conozco de chico –respondió Angélica-. Hace muchos años, siendo un muchacho, venía a practicar.
-Cuando se aprende nuestro Tai Chi y sus detalles pequeños no saben que útil que es. Juan Ignacio practicó y en dos años lo aprendió –continuó el Maestro–. Después estudió educación física, y su técnica era más linda que la del profesor. Cuando terminó sus estudios, vino un grupo para enseñar baile. Supuestamente en dos meses se podía aprender una forma de baile, pero él lo hizo en un solo día. Luego lo practicó y se terminó haciendo famoso en todo el mundo. Pudo hacerlo gracias a la técnica de los detalles pequeños. Entendió porque supo prestar atención dónde estaba la esencia de esta forma de baile. Con la esencia sale todo. Cuando fue a Corea del Sur enseñó este baile a unas 10.000 personas en un estadio de fútbol. ¿Se imaginan? Una clase para 10.000 personas. Que fanáticos, la gente que quiere aprender. Por eso les digo, con un movimiento, si entiendes bien los detalles pequeños, luego sale todo. Por eso tienen que entender la esencia de cada técnica. Así al ver cualquier técnica, pueden comprenderla y saben copiarla. Ven un ejercicio y sale solo. Por eso, es aprender uno para todo.
Cuando uno entiende la esencia, sale para todo. Por eso es tan importante la atención en los detalles pequeños. No importa tanto la cantidad de ejercicios. Entienden bien uno, y ahí ya sale todo. Ahora vamos a leer un texto mío que Andrés tradujo del chino.
La increíble afinidad que me trajo a la Argentina
Como recordarán, mi maestro se me apareció en un sueño para darme un mensaje. Eso ocurrió en el año 1984. Me dijo que tenía que salir del país, y que, al ir a la plaza, tendría noticias acerca del destino al que debería dirigirme. Al despertar, hablé con mi señora y le conté mi sueño. Ella enseguida me creyó y lo tomó en serio, porque yo ya había tenido muchos sueños anteriormente, varias veces, que se habían cumplido.
Había un discípulo de uno de mis compañeros que siempre me llamaba «tío», a pesar de ser veinte años mayor que yo. Él sabía que yo hacía acupuntura, y entonces ese día, cuando fui a la plaza a practicar, se acercó a mí para decirme que le gustaría aprender digitopuntura. A mí me extrañó que quisiera aprender este oficio, porque él era muy rico, tenía fábricas, edificios enteros, ganaba mucho dinero. Entonces me explicó que estaba haciendo los trámites de inmigración para ir a la Argentina, y quería aprender algo de digitopuntura porque iba a ir a un lugar donde no conocía a nadie y no podía hablar bien el idioma, entonces, si surgía algún problema de salud, podría solucionarlo él mismo. Yo le contesté que me parecía una muy buena su idea, y que justo esa noche el maestro se me había aparecido en sueños diciéndome que debía salir del país, y que al ir a la plaza tendría noticias. Entonces este discípulo me dijo que, si me interesaba, me podía acompañar a un sitio, que quedaba a dos cuadras de la plaza, donde hacían los trámites para inmigración. Así comenzó mi camino de inmigración a la Argentina.
Entonces fuimos juntos al lugar, yo pagué una seña, y a los dos meses me salió el permiso. Todos estaban asombrados, porque decían que nunca le había salido a nadie el trámite tan rápido como a mí. Este señor, por ejemplo, hacía seis meses que estaba esperando que le saliera el permiso. Como yo pensaba venir y sacar la residencia, para ir renovándola cada dos años, viajé a la Argentina junto con este discípulo que me llamaba «tío», ya que él pensó que como el trámite me había salido a mí, a él finalmente también le tendría que salir. Luego de estar dos meses acá en Argentina, me salió también la residencia. Había llegado a principios de febrero y volví a Taiwán a fines de marzo.
Otra cosa importante que me ocurrió es la siguiente: a la semana de haber llegado a la Argentina por primera vez, ya atendía a pacientes. Yo vivía arriba de un supermercado taiwanés. A los pocos días, un cliente llegó al supermercado y comentó que tenía las rodillas muy hinchadas y doloridas y que no podía caminar. Pidió una silla para poder sentarse. El dueño del supermercado le preguntó qué le había pasado, porque el cliente vivía enfrente, solo tenía que cruzar la calle. El cliente le dijo que el dolor era muy fuerte, que tenía que quedarse sentado un rato para luego poder comprar. Entonces el dueño le comentó que arriba había alguien que hacía acupuntura, que si quería lo llamaba para que lo ayudase con su problema. Por lo tanto, vinieron a buscarme y yo le pregunté, a través de alguien que traducía, cuánto tiempo hacía que tenía ese problema: me dijo que más de veinte años. Le dije que él hiciera sus compras, mientras tanto yo iba a preparar las cosas necesarias. Luego de las compras, fui con esa persona a su departamento para tratarlo. Mientras lo trataba, me dijo: «Si me cura mi rodilla, le voy a mandar más gente para que atienda». Al segundo día de haberlo tratado, llamó al dueño del supermercado y le dijo que estaba muy contento porque la hinchazón de la rodilla había bajado más o menos a la mitad, y tenía mucho menos dolor. Cuando lo traté por segunda vez, me pidió un diccionario y entonces pudo decirme que me quería llevar a un pariente para que lo tratase. Me llevó de la mano dos cuadras y llegamos a la casa de su pariente, que tenía dolor de columna. Entonces conecté el aparato para tratarlo. Al principio tenía que tratar de a una persona porque solo había llevado un aparato. En esos dos primeros meses traté a varios pacientes, y todos quedaron curados. En ese entonces, todo lo que gané por los tratamientos lo utilicé para pasear y comprar regalos para mi familia, sin gastar nada de mi bolsillo, y luego regresé a Taiwán. Incluso les llevé ejemplares del diario «Nan Chiang Hsin Wen», un periódico en idioma chino que se editaba en Argentina por esa época.
A las dos semanas de mi regreso, más o menos, varias personas se dirigieron al supermercado para que las tratara, pero yo ya no estaba en Argentina. Entonces el dueño les dio mi número de teléfono y les dijo que fueran a la calle Florida, desde donde en ese entonces era posible hacer llamadas internaciones. Pero para hacer esas llamadas había que esperar mucho tiempo, generalmente dos horas. Así, gracias a la ayuda del hijo del dueño del supermercado, me llamaron a Taiwán, pidiéndome que volviera a la Argentina porque había varios pacientes que me esperaban. Yo tenía en cuenta que las personas que me llamaban eran comerciantes, que dejaban sus negocios más de dos horas para poder llamarme. Le dije a mi señora que viajáramos a la Argentina, pero ella se negó, diciéndome que debíamos pensarlo un poco más. Luego de unos veinte días más, me llamaron por segunda vez, pero les dije que todavía no podía volver, que no podía hacer todo tan apurado. A los dos meses me llamaron por tercera vez, diciéndome que volviera, ya que había muchos pacientes esperándome. Entonces le dije a mi señora que no lo teníamos que pensar más, que debíamos viajar sí o sí a la Argentina.
Entonces comenzamos a hacer los trámites para poder viajar. Por empezar, dado que yo no había cumplido aún los 35 años, necesitaba tener un trabajo afuera para poder irme del país, por el servicio militar. Entonces me consiguieron en Argentina un papel donde se informaba que tenía un trabajo y que ganaría 600 dólares. Cuando fui a presentarlo, los funcionarios lo miraron y dijeron que era imposible que una familia pudiera vivir con tan poco dinero, así que rechazaron el trámite. Me comuniqué entonces nuevamente con Argentina y les comenté que si no se conseguía algo mejor, sería imposible viajar. Entonces me nombraron gerente de un gran supermercado taiwanés, por 2000 dólares de sueldo. Al presentar este papel, si bien para los funcionarios el monto era aún un poco bajo, me permitieron viajar y el trámite se aprobó.
Llegué a la Argentina el 12 de octubre de 1985. Vine junto con mi esposa, mis hijas y mis padres. Los primeros tres días los utilizamos para acomodarnos, pero luego ya empecé a atender pacientes. Y al poco tiempo también comencé a enseñar tai chi, pakua y hsing-i. Tai chi era en ese entonces conocido, pero pakua muy poco, y hsing-i, nada. Con el tiempo, poco a poco, arreglé la forma, continuando el trabajo que había realizado mi maestro. Posteriormente, utilizando la esencia de tai chi, pakua y hsing-i, desarrollé la forma de chi kong. Muchos alumnos lograron hacer viajes al centro de la tierra, a otros planetas, etc, confirmando que la técnica es buena y da muy buenos resultados. Muchos alumnos me han dicho que les parecía increíble haber logrado llegar a esos lugares.
Resumiendo, le agradezco mucho a mi maestro por haber confiado en mí para darme la misión de venir a la Argentina a desarrollar todas estas actividades. También, por haber logrado tener la afinidad que tengo con ustedes. Por eso, agradezcan siempre al sukong, no solo con palabras, sino practicando seriamente cada día. Aprovechen esta afinidad, para que nuestras técnicas se mantengan por siempre acá en Argentina.
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-Como dice el Maestro, el Tai Chi era conocido acá hace 30 años –dijo Angélica–. Sin embargo, al practicarlo, la gente se paraba y nos miraba como si fuéramos locos. Como pensando qué hacíamos moviéndonos de esa manera. Había que tener cara para practicarlo. Ahora es fácil ya que es cool (risas). En esa época te miraban de lejos, se te reían en la cara, otros se lo tomaban en serio. Pero acá estamos con el Maestro. Juan Ignacio empezó a los 16 años a practicar, y otros compañeros y yo ya estábamos practicando desde antes. De repente él pasó a ser nuestro profesor. A muchos no les gustó, por cuestiones de ego. A mi me dio alegría que un chico tan joven se haya puesto “los pantalones en serio” con el Tai Chi y nos haya superado a todos. Incluso a él mismo como persona, ya que tenía sus problemas y logró superarlos.
-Cuando llegué a Argentina -continuó el Maestro–, el Maestro Lin Chin Sung me propuso enseñar en su escuela Tai Chi, Pakua y Hsing-I. Cuando puso publicidad toda la gente se entusiasmó ya que nadie enseñaba ni Pakua ni Hsing-I. Luego todas las escuelas empezaron a decir que enseñaban estos estilos también. Hacían cualquier cosa y decían que eran formas de estos estilos (risas). Primero yo transmití que era importante aprender Tai Chi. Mientras estaba enseñando también estaba corrigiendo la forma de Tai Chi de mi maestro. Después de 10 años terminé de corregir todo.
Angélica, ¿te acordás cuando a lo último con Carlos Cravero, me decían que antes yo hacía los movimientos diferentes? Yo les expliqué que estaba arreglando y modificado los movimientos. En 10 años terminé de arreglar los tres estilos.
-La ultima vez que fui a visitarlo a Carlos en Capilla del monte – dijo Angélica–, hicimos la práctica juntos y él me decía que esto no era así (risas). Lo único que nos salió perfecto (al mostrarlo a unos turistas) fue la primera parte de la forma. Sucede que Carlos hace mucho tiempo que no practica con el Maestro.
-Hace unos 20 años que se fue de Buenos Aires –dijo el Maestro -. Por eso aprovechen nuestra técnica y aprendan bien y les va a servir para todo. En otro momento vamos a seguir explicando otros ejemplos donde pueden aplicar lo que aprendemos. Por eso les digo con este ejemplo de Tai Chi que es muy amplio donde lo pueden aplicar. Con paciencia y concentración se aprende bien los detalles pequeños. ¿Recuerdan el ejemplo del tui shou? Solo movía el cuerpo. No hace falta usar fuerza. Al mover el cuerpo la gente pierde el equilibrio. Es fácil al girar. Solo movemos el cuerpo. Vamos a practicar.
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Resumen de las palabras del Maestro Chao Piao Sheng durante la clase del 12 de abril de 2025. Prohibida su reproducción sin autorización del autor.
Desgrabación: Andrés Finkelstein.